“Muchos de los
que profesan su nombre han perdido de vista el hecho de que los cristianos
deben representar a Cristo. A menos que haya sacrificio personal por el bien de
otros en el círculo familiar, en el vecindario, en la iglesia y en dondequiera
que podamos, y cualquiera sea nuestra profesión, no somos cristianos. Cristo
unió sus intereses con los de la humanidad. Él dice:
“De gracia recibisteis,
dad de gracia” (Mateo 10:8)
El pecado es el mayor de todos los males, y debemos
apiadarnos del pecador y ayudarlo. Son muchos los que yerran y sienten su
vergüenza y desatino. Tienen hambre de palabras de aliento. Miran sus
equivocaciones y errores hasta que casi son arrojados a la desesperación. No
debemos descuidar a esas almas. Si somos cristianos, no pasaremos por un
costado, manteniéndonos tan lejos como nos sea posible de quienes más necesitan
nuestra ayuda. Cuando veamos a un ser humano en angustia, ya sea por la
aflicción o por el pecado, nunca diremos: “Esto no me incumbe”.
“Vosotros que
sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre”.
(Gálatas 6:1).
(Gálatas 6:1).
Por
medio de la fe y la oración hagan retroceder al enemigo. Hablen palabras de fe
y valor, que serán como bálsamo sanador para el golpeado y herido. Muchos,
muchos son los que han desmayado y se han desanimado en la gran lucha de la
vida, cuando una palabra de bondadoso estímulo los habría fortalecido para
vencer. Nunca debemos pasar junto a un alma que sufre sin tratar de impartirle
el consuelo con el cual nosotros somos consolados por Dios.
Todo esto no
es sino el cumplimiento del principio de la ley: el principio ilustrado en el
relato del buen samaritano y manifestado en la vida de Jesús. Su carácter
revela el verdadero significado de la ley, y muestra qué significa amar a nuestro
prójimo como a nosotros mismos. Y cuando los hijos de Dios manifiestan misericordia, bondad y amor
hacia todos los hombres, también atestiguan del carácter de los estatutos del
cielo. Dan testimonio de que “la ley de Jehová es perfecta, que convierte el
alma”. Y cualquiera que deja de manifestar este amor viola la ley que profesa
reverenciar. Por el espíritu que manifestamos hacia nuestros hermanos
declaramos cuál es nuestro espíritu hacia Dios. El amor de Dios en el corazón
es la única fuente de amor hacia nuestro prójimo”.
White, Elena de. El Deseado de Todas las Gentes, p.465