“Muchos
dicen: ‘¿Cómo me entregaré a Dios?’ Deseáis hacer su voluntad, mas sois
moralmente débiles, sujetos a la duda y dominados por los hábitos de vuestra
mala vida. Vuestras promesas y resoluciones son tan frágiles como telas de
araña. No podéis gobernar vuestros pensamientos, impulsos y afectos. El
conocimiento de vuestras promesas no cumplidas y de vuestros votos quebrantados
debilita vuestra confianza en vuestra propia sinceridad y os induce a sentir
que Dios no puede aceptaros; mas no necesitáis desesperar. Lo que necesitáis
comprender es la verdadera fuerza de la voluntad. Este es el poder que gobierna
en la naturaleza del hombre: el poder de decidir o de elegir. Todas las cosas
dependen de la correcta acción de la voluntad. Dios ha dado a los hombres el
poder de elegir; depende de ellos el ejercerlo. No podéis cambiar vuestro
corazón, ni dar por vosotros mismos sus afectos a Dios; pero podéis elegir
servirle. Podéis darle vuestra voluntad, para que él obre en vosotros, tanto el
querer como el hacer, según su voluntad. De ese modo vuestra naturaleza entera
estará bajo el dominio del Espíritu de Cristo, vuestros afectos se concentrarán
en él y vuestros pensamientos se pondrán en armonía con él.
Desear
ser bondadosos y santos es rectísimo; pero si sólo llegáis hasta allí de nada
os valdrá. Muchos se perderán esperando y deseando ser cristianos. No llegan al
punto de dar su voluntad a Dios. No eligen ser cristianos ahora.
Por
medio del debido ejercicio de la voluntad, puede obrarse un cambio completo en
vuestra vida. Al dar vuestra voluntad a Cristo. Os unís con el poder que está
sobre todo principado y potestad. Tendréis fuerza de lo alto para sosteneros
firmes, y rindiéndoos así constantemente a Dios seréis fortalecidos para vivir
una vida nueva, es a saber, la vida de la fe”.
Por Elena G. de White – El Camino
a Cristo, p. 26.
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